sábado, 1 de diciembre de 2018

todo está en ti...

Todavía camino por la ciudad aquella
y soy el habitante de lo que sucedió
la semana que viene,
de los hechos que pueden ocurrir
hace ya muchos siglos,
cuando los pies del tiempo que nos falta
escriban junto al mar
la orilla laboriosa del pasado.

Todo está en ti. Y todo permanece
mientras rueda en el cielo
la luna primitiva.

Cada intuición es una huella,
cada recuerdo el porvenir,
hoy es ayer para decir mañana.


lunes, 3 de septiembre de 2018

en la palabra…

AHÍ

En la palabra.
En la noche desvelada por el sueño.
En los rescoldos de versos que se apagan, lentamente, en mi casa destemplada.
En las crisálidas que transforman la memoria en bálsamos de luz.
Ahí,
en las enredaderas de este cansancio bibliográfico,
en las caricias que anhelan tu amplia biografía,
como una sombra que predice mi presencia y espera agazapada en mitad de la nada,
ahí,
esperanzada,
habitas, siempre, tú.
                                                                                                             
Imagen: muro facebook de MARÍA GUIVERNAU

domingo, 12 de agosto de 2018

por donde fluía la poesía…


Tenía diecinueve años cuando me atrapó el afán de celebrar lo que fluía por el tronco y las nervaduras de mi cuerpo. La poesía brotó un día de mí como la fuente que un aguador descubre con sorpresa. Recuerdo la vieja máquina de escribir, el escritorio metálico con cubierta blanca de formica, bajo la ventana desde donde veía un seto de hibiscos rojos. La Smith Corona eléctrica, de gastadas teclas blancas, emitía un zumbido de abejas, un ronroneo de chocorrón. Había comprado esa máquina con mi primer salario de publicista, recién llegada a Nicaragua de Filadelfia. No sé por qué pensé que me haría falta cuando el hombre, que la llevaba acomodada bajo el brazo, pasó por la oficina ofreciéndola por seiscientos córdobas. Quizás pensé que me sería útil para las cartas que gozaba escribiendo desde que estaba en el internado. Me gustaba separar de mí nostalgias y observaciones y verlas convertidas en nítidas letras delineadas con tinta. Cuando estudiaba secundaria en Madrid, las papelerías me atraían con la seducción de sus anaqueles de madera, el olor a pulpa de árbol y grafito. Eran como pequeñas cuevas, casi siempre oscuras, de las que salía feliz con mi atado de crujiente papel aéreo y la tinta negra para mi estilográfica.

Pero la máquina de escribir eléctrica sustituyó el tintero aquella noche en que rompí la capa geológica y toqué el manto freático de las aguas interiores por donde fluía la poesía. Escribí entonces poseída por una urgencia que guardaba quizás desde mi infancia llena de libros en la casa de mis padres. Escribí de mis ganas de correr desnuda por las selvas sagradas, de los saltos de mi imaginación sobre las gruesas lianas y las humedades de Venus, escribí sobre el taller de seres humanos hundido en las profundidades de mi cuerpo. Qué poco sospechaba entonces en aquel cuarto con más mobiliario que el escritorio metálico y una silla de comedor, que a partir de esa noche ya nada en mi vida sería igual, que abría las compuertas de una fuerza que me inundaría, de una correntada que atravesaría mi vida de valle a valle y sobre la que navegaría por los deltas de la lengua hasta llegar a hacer de las palabras mi central e irrenunciable vocación.