martes, 18 de marzo de 2014

la vida...


Estas cosas, amigo, aunque nos cueste,
son, sin duda, las reglas de la vida.
Yo puedo recordar, sin ir más lejos,
su sonrisa radiante cuando ella
llegaba a nuestra cita. Y sin esfuerzo
sentir aún sus labios como el vino,
y sus manos abriendo mi camisa.

Y el aliento quemándome los labios,
su voz de mar, el tierno sobresalto
de sus piernas abiertas a mi carne.
Puedo, incluso, volver a estremecerme
en la espesa batalla de los cuerpos,
y oír su corazón como si fuera
el mágico rumor de mil tormentas.

Está todo en mis venas. Si me apuras,
podría sin esfuerzo revivirme
en cada una de todas sus palabras,
revivir el cansancio de la carne,
tras el amor. Contarte como eran
las gotas de sudor entre sus pechos,
y la humedad del pubis en mi boca.

Y sin embargo, ¿qué quieres que te diga?
El tiempo vence a todo. Nos derrota
sin compasión, terrible y brutalmente.
Porque un día la encuentras en la calle,
te besa fugazmente la mejilla,
y sonríe –“me esperan”- y se marcha.

 Imagen: Cultura inquieta

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