domingo, 22 de septiembre de 2013

desde el refugio de la esperanza…


Cuando Mustafa abandonó hace tres meses su domicilio de Damasco, huyendo de las bombas que reducían a polvo y escombros las calles de Saida Zeinab, pensó que la pesadilla estaba a punto de acabar. “No quedaba nada del barrio. Las casas, incluida la mía, estaban destruidas. Mi tío había muerto horas atrás cuando un proyectil impactó en el salón, así que mis padres decidieron marcharse al Líbano. Nada más cruzar la frontera, pensé que el Líbano era mil veces mejor que Siria porque aquí no caen bombas”. Pero Mustafa, de 13 años, ignoraba que no estaba huyendo del infierno sino que se dirigía hacia él. Al llegar a Beirut, su familia (su padre y su madrastra y dos hermanos) se encaminaron a la sede de Naciones Unidas, donde se registraron para acceder a la ayuda de 300 dólares que ofrece la institución a cada refugiado. Una vez que tuvieron el dinero, “mi madrastra me expulsó de la familia. Me dijo que me buscara la vida. Ellos volvieron a Siria”. Así fue cómo el crío engrosó el número, en constante aumento, de niños sirios refugiados que mendigan en las calles y venden tabaco, refrescos o baratijas para sobrevivir, abandonados o explotados por sus familias, huérfanos de guerra y, en algunos casos, acostumbrados a la mendicidad como forma de vida. Los más de 30 meses que ya dura la revolución en Siria ha acabado con los ahorros de muchas familias, dando lugar a todo tipo de abusos y redes criminales. El crío, con cicatrices que no logran endurecer su rostro infantil, relata su historia desde el refugio que el Hogar de la Esperanza tiene en la localidad de Kahalleh, al este de Beirut. Aquí, casi 70 niños de la calle son atendidos por un personal que adolece de medios y de financiación pero no de fuerzas. Todo esto, porque mi familia me vendió por 300 dólares. Y yo al menos valgo 500…. Entre los muros del Hogar de la Esperanza, las risas infantiles esconden una tragedia por cada uno de los 67 moradores. “Son niños duros, no suelen hablar de la violencia que han visto. Pero cuando hay fuegos artificiales, es común que se echen a llorar”, explica Germaine en Nabaa.
Mónica G. Prieto · Kahalleh (El Líbano)
Imagen: Manu Brabo /AP)

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