jueves, 21 de marzo de 2013

tenían que encontrarse...


La música y la poesía tenían que encontrarse. Los acordes y los poemas, que por entonces ya eran un grito desgarrado de apasionados sentimientos no vividos ni experimentados, estaban condenados a fusionarse con la intención de convertirse en canciones. Aún así, la primera, compuesta a los catorce años, Cathaysa, y que cuenta la historia de una niña guanche capturada y vendida como esclava por los conquistadores castellanos, fue el resultado de la música que puse a unos versos de mi padre. Esto hace que de todas las canciones escritas en aquellos primeros años, y que fueron muchas, Cathaysa es la única que sobrevivió; de hecho fue grabada por Taller Canario y se convirtió en una de nuestras canciones más emblemáticas... Podría haberme decantado por la canción a secas de Nino Bravo, por el Reggae exótico de Bob Marley, o por el Rock elaborado y complejo de Robert Fripp… A los diez años, un profesor llegado a Tenerife desde Almería y de nombre Don Gabriel sería el responsable de encender el palo de tea con el que habría de guiarme. Nos enseñó a tocar la flauta dulce: Run Run se fue p’al zorte y un nombre más que añadir a la lista de los escuchados en casa: Violeta Parra y su enorme magisterio. Y finalmente, dos hechos más terminarían de dibujar el trazado de mi camino. Escuché en un bar y por casualidad una canción de Silvio Rodríguez: Te doy una canción. No se parecía a nada de lo que había escuchado hasta el momento. Era una canción de amor, con imágenes increíbles y versos llenos de luz y poesía. Una canción de amor a un país al que se le habla como a la persona amada y al que se le dice: Te doy una canción con mis dos manos, con las mismas de matar. Desde ese momento, todas mis canciones se parecían a las de Silvio, cantaba como Silvio y como Silvio, colocaba los pies uno sobre el otro como postura para empezar a cantar. El segundo hecho sucede cuando ya tengo quince años, tres o cuatro canciones y los acordes de Silvio adheridos a las cuerdas de mi guitarra. Otro profesor, esta vez de nombre Don Fernando, me habló de Lluís Llach: Gener 76. Las posibilidades que ofrece el mundo de la música, y más concretamente el mundo de la canción, son diversas. La vida, con sus quiebros y sus esquinas me fue haciendo propuestas y yo, niño aún, me dejé llevar...
Imagen: filoabpuerto

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