martes, 4 de septiembre de 2012

las utopías necesarias…

A medida que avanza la conversación, el autor, director y actor Miguel del Arco va desmontando las etiquetas que le han ido colocando en los últimos meses: el dramaturgo de moda, el artista comprometido, el autor indignado… En su discurso va dando saltos entre el teatro, la política, las ONG, las emociones, el periodismo, la vida. Pero siempre le sobrevuela la misma idea: no renunciar a la utopía: Creo que el hombre  es un animal político y la política tiene que estar en nuestras vidas. A mí lo que me preocupa es que la gente se apoltrone y los que sí se dedican a la política puedan hacer y deshacer a su antojo. Yo creo que el teatro debe ser un reflejo de la vida, entonces las cosas que te van preocupando son las que al final vas contando. No me preocupan las etiquetas. Tu trabajo también es el reflejo de ti mismo, de lo que te preocupa, de lo que te conmueve, de lo que te emociona…  Miguel del Arco dirigió el vídeo, “No entran” para una campaña de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR), y antes había colaborado también con CEAR con la puesta en marcha del Proyecto Youkali. A veces se nos olvida el mundo en que vivimos, estamos en pequeños micro-mundos, pierdes la perspectiva y te vuelves insensible a lo que te rodea. Esa insensibilidad es la que hay que partir. Nadie nace insensible a la desgracia humana, nos vamos volviendo insensibles por el camino. Steinbeck decía en De ratones y hombres que escribía para que los hombres se entendieran unos a otros, y yo creo que esa necesidad de empatizar es lo que nos convierte en humanos. La conmoción que yo traté de reflejar con los refugiados en Proyecto Youkali tiene que ver con ponerle cara a las personas. Cuando te dicen números tremendos en el telediario al final se convierten en nada. He tenido la necesidad de preguntarme qué haces tú desde tu pequeño territorio para que el mundo sea un mundo mejor. Los contadores de historias tenemos vocación de comunicar y de empatizar. Me indigna brutalmente la clase política… esa pérdida de sentido de la realidad, de pudor, de no saber donde están. Eso me produce pavor, y me produce cierta laxitud, porque no sé cómo se lucha contra eso y porque no veo viso de cambio. En un momento en el que toca reinventarse, y cada vez hay más gente que lo pasa peor que nunca, con mucha gente marchándose, y se impone una cantidad de sacrificios brutal, ellos no han hecho amago de una reflexión, de la necesidad de cambio. ¿Qué nos convierte en una sociedad moderna más allá del paso del tiempo y de los adelantos técnicos? ¿En qué hemos progresado? ¿Hemos solventado la injusticia, la miseria, la desigualdad, la guerra, el temor, la intolerancia?  Ya ni siquiera creemos que una revolución sea posible, por mucho que algunos países árabes intenten convencernos de lo contrario luchando contra los sátrapas que nuestras progresistas y modernísimas sociedades occidentales contribuyeron  a crear buscando su propio beneficio. El dinero manda y lo aceptamos como un axioma más. Es el sistema que nos rige y no tiene alternativa.  ¿No la tiene? ¿En serio debemos aceptar como inevitable un sistema que ahonda de una forma cada vez más salvaje y descarada en primar el beneficio económico frente a la dignidad del ser humano?

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