viernes, 27 de abril de 2012

la tierra tiene un plural...

Cuando las manos reunidas transforman el entorno, se transforma el otro frente a uno y también demuda uno mismo: la propia historia, la consciencia, la corporeidad… El suelo árido va pariendo un hogar y, al mismo tiempo, nuevos hombres y mujeres. La construcción natural colectiva se torna reveladora de las cosas que están inútiles en el baldío y de sujetos hasta entonces anónimos en sus profundidades, que serán amasados unos a otros: hay un hombre que descubre un dibujo en el barro, mientras el barro va modelando nuevas formas en aquel. Hacer con el propio páramo –y no hacer en el páramo- un lugar seguro y cálido desde el cual recrear los días puede tener apariencia cuasi revolucionaria en un contexto en donde tierra es un eufemismo para designar a los agro negocios, antes que bella poesía de morada, comunidad, abrazo. Sin embargo, son al menos veinte mil los años desde que la sangre humana dejó de vagar nómade por el mundo para comenzar a tejer –con lo que le rodeaba- un refugio que le diera cobijo y protección. La construcción natural bebe de aquellos saberes que la ciencia y técnica modernas han negado argumentando ineficacia o ineficiencia por carecer de sustento científico, saberes constitutivos de una cosmovisión desdeñada por quienes encarnan un proyecto social que sigue prometiendo la felicidad apuntalándose en el consumo de sustitutos. Hablar de y desde los saberes implica colocarse de entrada en un plano de divergencia con las prácticas del poder que han condenado los aprendizajes populares... Posicionarse de y desde los saberes es recobrar el simple acto de ver con sencillez, escapando al cerco cognoscitivo en que nos ha depositado el habitar un momento socio-histórico particular de desnaturalización de la vida. El recurrir a elementos y técnicas constructivas naturales no tiene un objeto romántico o nostálgico de retorno a una idea antigua (que sería propia a una pre-modernidad muerta a manos de una modernidad superadora). Se trata, en cambio, de una práctica no-moderna que recupera un espíritu que ha quedado latente aún a pesar de la fuerza y presencia crecientes de la lógica capitalista. En el proceso de enmarcar y nombrar la experiencia, rehuir la idea de lo ecológico y aceptar en su lugar la de construcción natural, encuentra respaldo precisamente en las representaciones sociales asignadas a lo ecológico, y en su escaso potencial de interpelación hacia el común de los sujetos. Pues lo ecológico parece tener que ver, en los imaginarios, con los grandes temas que abordan los especialistas y que reproducen los medios masivos: los escapes de petróleo en el mar, el calentamiento global, los osos pandas, etc., y no lo que acontece en el plano de uno mismo. Popular, participativa, inclusiva, preñada de aprendizajes, la autoconstrucción con materiales naturales congrega a familiares, amigos, vecinos y conocidos que se suman al fogón y a jugar con la idea de que es bajo los pies en donde está el techo. Es entonces cuando la tierra, eso que es de todos, tiene un plural.

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